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Materiales
extraídos del libro "El Padre Pío, el estigmatizado:
breve biografía" Francesco Napolitano, Ediciones Padre Pio da
Pietrelcina, 1977, 338 páginas
1.- CURACIONES SINTOMÁTICAS:
TESTIMONIOS DE MÉDICOS O DE PARTICULARES
Un día, por recomendación del
Coronel Paranello, los Conde de Marzotte, de Florencia, le llevaron su
hijito Mario, de ocho años de edad. Afligía al niño una miopía muy
grande, que casi lo incapacitaba. Llevaba cristales muy gruesos, y
caminaba prácticamente a tropezones.
Los especialistas saben que cuando la
miopía llegaba a ese grado no tenía mejoría posible, sino que se
agrava y llega al desprendimiento de retina.
Cuando los Condes rogaron al
sacerdote que curase a su hijo, éste les dijo:
―Recen, recen mucho. Voy a orar
con ustedes.
La familia de Marzotte permaneció
varios días en San Giovanni. Antes de partir, los padres observaron una
mejoría en la vista de Mario, tanto que, al llegar a Florencia,
enviaron al Capuchino unas líneas de agradecimiento.
Un año después, volvían a San
Giovanni con su hijo, el cual ya no llevaba anteojos. La curación era
completa.
Lo extraordinario es que la anomalía
del chico no era funcional, sino orgánica. Si el ojo normal tiene la
forma de un bulbo, de una cebollita, el ojo miope es dilatado y tiene la
forma de un huevo de paloma. Esta eliminación radial de un defecto anatómico
es comparable, “mutatis mutandis”,
al acortamiento espontáneo de un miembro demasiado largo.





También se le atribuyó al Padre Pío
la curación sensacional de Gracia Siena, ciega de nacimiento. El relato
de esta curación se publicó en el diario “Resto del Carlino” de
Bolonia, el 23 de abril de 1924.
Gracia Siena tenía veintinueve años
y solía subir al monasterio, se arrodillaba a los pies del Fraile, y
entonces éste colocaba su mano estigmatizada sobre la cabeza de la
joven y la exhortaba a la paciencia y a la resignación. Sin embargo, un
día le aconsejó con insistencia que recurriera a la ciencia. En un
principio, la madre de la joven se negó, pues consideraba que ya lo habían
experimentado todo; los médicos consideraban que no era posible
intentar nada más.
Pero ahora una esperanza nueva, una
fe obstinada, se había apoderado de ella; no le era posible olvidar el
“Hazte operar” del vidente. Pero había que buscar el dinero que su
padre, un simple obrero, no poseía. Felizmente este encontró un alma
caritativa, Rosa Pagliera, que llevó a Gracia directamente a Bari, a la
clínica del Dr. Durante.
Luego de describir las mínimas
posibilidades y las dificultades enormes de la operación, el
especialista, vencido por la forma persuasiva de Gracia, decidió:
“Voy a probar, pero sólo un milagro puede darle a usted el uso de sus
ojos”.
Pocos días después de la intervención,
cuando le estaban sacando las vendas, la operada lanzó un grito: “¡Veo!”
Esta curación es muy hermosa: tanto
más cuando es imposible determinar en ella qué parte correspondía a
la fe y cual a la ciencia, lo que en ella se debió al Fraile o al
oculista.
¿Podemos asegurar acaso que fue sólo
el agua de la piscina de Siloé la que curó al ciego? En ese caso, Jesús
se contentó con convencer al hombre de que se atuviera al rito
tradicional, tal como el Padre Pío puso a la joven italiana en manos de
la ciencia.





María Cozzi Giuliano sufría de un
epitelioma en la lengua. Internada en el hospital de Santa María
Novella, en Florencia, el 18 de agosto de 1919, debía ser operada tres
días después. Desde hacía siete meses sus sufrimientos eran enormes y
su lengua, cubierta de fungosidades, le impedía casi por completo la
masticación. Un sacerdote le dio un retrato del Padre Pío y le sugirió
que hiciese una novena tomándolo por intercesor. Así lo hizo. A la mañana
siguiente, 19 de agosto, María fue al dentista, que debía sacarle unas
muelas antes de la operación, y éste comprobó con asombro que la
lengua estaba cicatrizada completamente. Llamó entonces al Dr.
Marchetti, el cirujano que debía operarla; el doctor, luego de un
prolijo examen, la declaró curada y la envió de vuelta a su casa.





La señora Amelia Abresch, casada en
enero de 1925, tuvo en
abril de 1926 una hemorragia que el Dr. Casanova atribuyó a un pequeño
tumor en el útero. No había otra solución que operar.
La señora de Abresch titubeó meses
y meses; no se resignaba a la idea de no poder tener hijos nunca. Pero
las hemorragias se multiplicaban, hasta que tomó la decisión,
conviniendo con los cirujanos la fecha de la intervención. A pesar de
esto, Carolina Giovanni, amiga de la paciente, le aconsejó que hablase
con el Padre Pío.
―Padre, los médicos son categóricos.
Tengo que operarme ―le confió.
―Entonces, debe seguir los
consejos autorizados. ¡Tenga valor!
―Pero, Padre, entonces… ¿nunca
podré tener hijos?
El Capuchino levantó los ojos al
cielo, posándolos luego con infinita ternura en la dama.
―Si es por eso, hija mía,
corra el riesgo, o su vida quedará estropeada.
Y así lo hizo, desafiando a la
suerte. Las hemorragias cesaron y, dos años más tarde, esa entusiasta
de la maternidad dio a luz un hijo al que puso el nombre de Pío, y que
hoy es seminarista en el Colegio Capranica de Roma. La señora de
Abresch se durmió en la paz del Señor en 1949.





A principios del año 1925, la Sra.
Paulina Preziosi, madre de cinco hijos, tuvo una pulmonía, y los médicos
no le dieron ninguna esperanza de curación. Alguien pidió oraciones al
Padre Pío, y éste predijo que la enferma curaría al sonar las
campanas de Pascua; era entonces la Semana de Pasión.
El Viernes Santo, la enferma entró
en coma. En la mañana del sábado, durante la Gloria de la Misa, el
Padre Pío cayó en éxtasis, y, cuando se echaron las campanas a vuelo,
la fiebre de la Sra. Paulina había desaparecido por completo.





La Sra. María Pennisi, nacida en
Nueva York y habitante de Pietrelcina, dictaba clases en las Ursulinas
de Benevento. En 1922 enfermó de tuberculosis y fue atendida por el Dr.
Moscato, profesor de la Facultad de Nápoles.
Su caso parecía desesperado; volvió
a Pietrelcina con fiebre altísima y con vómitos de sangre. Fue
entonces cuando los Pennisi decidieron recurrir al Padre Pío.
Éste, que no conocía a la familia,
presintió su visita, les salió al encuentro y, antes de las
presentaciones, apoyó su mano en el hombro de María diciéndole:
“Está curada”.
Así fue, en efecto, pero,
desobedeciendo el consejo del capuchino, la mujer dejó Pietrelcina y
pronto recayó. Volvió a sanar, y esta vez definitivamente, al ser
tocada por un lienzo impregnado en la sangre del Padre Pío.





Enrique Del Fante era sobrino de
Alberto, que entonces era incrédulo. Por pedido de su cuñado Antonio
Tonelli, que ya había gozado de las gracias alcanzadas por el
capuchino, el Padre Pío predijo la curación para un día determinado.
Ésta se realizó, provocando la conversión de Alberto Del Fante, que
tanto ha hecho desde entonces por hacer conocer los hechos
extraordinarios de la vida del Padre Pío.





Silvano Menfredini era un niño
mellizo, nacido en setiembre de 1927; tenía una dislocación congénita
de ambos tobillos y pies, y además una hernia bilateral. Estuvo en
tratamiento durante tres meses y no cesaba de llorar. Convencido por
unos amigos, el padre colgó del cuello del niño una medalla del santo
franciscano. Al cabo de tres meses, las radiografías demostraron que un
tobillo estaba completamente normal y el otro en vías de estarlo.
El Sr. Menfredini llevó entonces a
su hijo al Padre Pío, rogándole que completara la curación.
Así lo prometió éste, aconsejándole
que antes operasen al niño de la hernia. Después del la operación, el
niño quedó completamente curado, sin que se hiciera ninguna intervención
quirúrgica en sus pies.





La condesa Baiocchi padecía una
enfermedad que ningún médico había podido diagnosticar. Un día que
paseaba por las calles de Roma, una voz le murmuró: “Ve a consultar
al doctor Festa”, pero no
vio a nadie cerca de ella. Esa misma noche preguntó a su marido si
conocía a algún doctor de ese nombre; el conde consultó con la guía
telefónica y dio con la dirección deseada.
Marido y mujer se presentaron en la
casa del médico quien, como sus colegas, renunció a diagnosticar sobre
ese caso difícil, pero aconsejó al matrimonio que fuese a ver al Padre
Pío. En la conversación, mencionó la facultad del capuchino de
“hablar a distancia”. Entonces, la señora contó al doctor y a su
marido cómo una voz, en plena calle, le aconsejó que consultase al Dr.
Festa.
Los Condes fueron, pues, a ver al
Padre Pío. Después de una breve entrevista, éste les sugirió que
volviesen a verle luego de haber descansado un poco. Apenas entró en su
cuarto, la Condesa sintió unos terribles dolores. Alarmado su marido,
corrió en busca del Capuchino, el cual le dijo que se calmase y rezara.
Cuando volvió junto a su mujer, la encontró curada. Durante su
ausencia había eliminado tres cálculos y, desde entonces, su salud es
excelente.





Anunciatta Ventrella, madre de dos
hijos de diecinueve y diecisiete años, se moría de una enfermedad en
el corazón. De resultas de un desplazamiento de ese órgano, devolvía
todos los alimentos, y estaba tan debilitada que su muerte parecía
inminente. A media noche, hacia las once y treinta, el menor de sus
hijos, que la estaba velando, vio de pronto a los pies de la cama al
Padre Pío con los brazos extendidos, y junto a él a otro franciscano,
San Antonio.
Al día siguiente, ante el asombro
general, la madre se levantaba; su corazón no presentaba ya ninguna
anomalía, y al cabo de pocos días pudo volver a sus tareas.





Josefina Marchetti, de veinticuatro años,
sufrió la fractura del húmero derecho cuatro años atrás, y había
sido operada sin resultado. De acuerdo con su familia, recurrió al
Padre Pío en junio de 1930. El 17 de setiembre, día de la Fiesta de
los Estigmas de San Francisco, la casa de los Marchetti fue invadida por
los perfumes del Padre. Desde entonces la fractura empezó a soldarse.
El perfume se hizo sentir varias veces en el transcurso de ese año. El
17 de setiembre de 1931 la curación era total.





Cuenta el Padre Antonio que, durante
la campaña de África, un soldado italiano se hallaba refugiado detrás
de una peña en plena batalla.
De pronto, un monje apareció a su
lado y le tiró suavemente de la manga, como para invitarle a dejar su
refugio; pero el soldado no tenía ninguna gana de exponerse. El
religioso volvió a tirarle de la manga, esta vez con mas energía, pero
el muchacho no se movió. Por fin, el otro recurrió a la fuerza. Justo
a tiempo: en el mismo instante cayó una bomba y no quedaron ni rastros
del peñasco protector.
Cuando el soldado contó su aventura
a un compañero, éste sacó de su bolsillo un retrato del Padre Pío,
del que nunca se apartaba, y se lo mostró:
―¡Cómo es posible! ―exclamó el soldado―: ¡Éste es el fraile que
me salvó la vida! ¿De dónde habrá salido? ¡No le conozco ni de
vista!





El Sr. M. Leonelle Marinelli era
director de Obras Publicas de Perusa. Hace un tiempo, su hijo de diez años
tuvo síntomas de una afección cardíaca. Pese a los cuidados del Dr.
Tomas Schiolini, el muchacho iba empeorando, y sus desórdenes
funcionales le habían provocado edemas en todo el cuerpo. El Dr. C. de
Perusa, llamado a consulta, no hizo más que confirmar el diagnóstico
del médico de cabecera: la enfermedad no tenía remedio.
Una tarde, después de la visita del
médico, el niño se dirigió a su padre, que casi no se separaba de su
lado, y le pidió que fuese a ver al Padre Pío. El Sr. Marinelli quiso
dejar la visita para el día siguiente, pero el niño insistió para que
fuese aquella misma tarde. El padre partió pues para Foggia, y rogó al
Dr. Sanvico, fiel amigo y consejero del franciscano, que le acompañase
a San Givanni.
No
bien se les hizo entrar, el Padre Pío exclamó: “Conozco el motivo de
su visita. El niño se encuentra bien, y estará sano del todo dentro de
dos meses”.
Cuando Marinelli llegó de vuelta a
su casa, el chico le contó que había visto “como en un sueño” al
Padre Pío y sus estigmas purpúreos.
2.- TESTIMONIOS DE PARTICULARES
Mi
hermana María sufría desde niña de una enfermedad de la vista; los síntomas
alarmantes se multiplicaban, al extremo que los médicos pronosticaron
que quedaría ciega dentro de poco. Imaginen
mi desolación, porque, además de todo, María vivía del
producto de sus trabajos manuales.
Mi director espiritual me había
hablado del Padre Pío, y entonces decidí escribirle suplicándole que
rezara por mi hermana. Me hizo contestar, advirtiéndome que ella no
perdería completamente la vista. De esto hace veinte años. Mi hermana
sigue trabajando, ante el asombro de todos los médicos que no
comprenden lo ocurrido. Por mi parte doy gracias a Dios, y no puedo
dejar de atribuir esta curación a los méritos del Padre Pío.
(Septiembre de 1940)





De Luisa Carnevali, viuda del Sr.
Magnanini, de Imola.
El 15 de febrero de 1931, un dentista
me sacó dos raigones y una muela. Al día siguiente estaba con fiebre
altísima, y tanto mi medico como mi
dentista temieron que se tratase de una septisemia. Se emplearon
todos los medios posibles para cortar la infección, pero en vano, pues
el 21 de ese mes no había cedido la fiebre, y, además, cada vez que
ensayaba el más ligero movimiento, me daban síncopes, acompañados de
sudor frío.
Alarmado por el cariz que tomaban las
cosas, el médico ordenó que me internaran en el hospital al día
siguiente. Pese a mi estado grave, yo estaba completamente lúcida, y
pedí un confesor. El lunes 22 comulgué con una fracción de hostia,
tomada en una cucharada de agua. A las diez salí de casa, dejando
desolada a mi familia. Estaba resignada, dichosa casi de reunirme con mi
amado esposo, muerto tres años antes.
Antes de entrar a la sala de
operaciones, dediqué mis últimos pensamientos al Sagrado Corazón, al
Padre Pío y a mi marido. El eminente cirujano Francisco Agostino me
operó de maravilla, sin anestesia, pero la muerte seguía rondándome.
Así llegamos a la noche del 23. Mi padre y mi hijo mayor estaban junto
a mí, cuando, de pronto, me echaron agua fría en la cara, y vi a
nuestro buen amigo el Padre Pío, con las manos cruzadas sobre el pecho,
de pie junto a mi cama. Sobresaltada, dije: “¿Quién me echó agua fría?”.
Mi pobre padre pensó que deliraba, y me suplicó que me calmase. Me
llevé las manos a la frente y les mostré los dedos mojados. Pero no
mencioné mi visión sino más tarde, cuando hablé con mi madre.
En la mañana del 24, el Dr. Agostino
me cambió las curas y exclamó encantado: “¡La felicito, señora, se
ha salvado!” Diez días después dejaba el hospital.





18 de noviembre de 1931 ( Bolonia)
Carta dirigida por Ferruccio
Caponetti a Alberto Del Fante, entusiasta biógrafo del Padre Pío desde
el momento de su conversión.
“Querido Del Fante:
Cumplo aquí con una deuda de
gratitud. Hace ya un año que me encontré con usted cierta noche en la
Vía Galliera, lo recuerdo.
En esa ocasión me pidió que leyera un artículo suyo publicado en “SETTIMANA”.
Compré la revista, leí su articulo y volví a leerlo: quedé
transformado.
Vuelvo sobre el tema en el curso de
mis numerosas meditaciones: vuelvo a pensar en aquellos largos años
consagrados con pasión a la búsqueda de la verdad; en aquellos errores
míos, cuando, torturado por la sed de conocerlo todo, me lancé de
lleno, con el entusiasmo de la juventud, en el materialismo de Haegel,
entonces tan en boga. Y, sin embargo, ese materialismo me asqueaba,
porque no podía admitir ni un solo instante que monumentos del
pensamiento humano tales como las obras de Dante, Leonardo, Miguel Ángel,
etc., fuesen el resultado de combinaciones físico - químicas; ni
tampoco que el alma, esencia de nuestro ser, el alma que está con
nosotros y fuera de nosotros, fuese el producto de alguna elaboración
de átomos. Tales conceptos horripilaban mi conciencia.
Cambié entonces de derrotero y, al
encontrar en las enseñanzas teosóficas enfoques más satisfactorios
para el espíritu, me sumergí en el análisis de las teorías de
Steiner, Besant y otros. Pasaron los años, y me encontré hundido en idénticas
dudas. Crecía mi inquietud, se multiplicaban mis crisis metafísicas.
Fue entonces cuando, en un viaje a Asís, Pablo Sabatier me habló de
San Francisco, exponiéndome los temas de su apostolado. Y el pensar y
repensar sobre la espiritualidad del Santo de Asís me hizo comprender
que mi camino no era el buen camino, que mi luz no era la verdadera luz.
Y me preguntaba: “Entonces, ¿Cuál era la buena regla y donde la podré
encontrar”.
Querido Alberto, los designios de
Dios son impenetrables: yo le encontré a usted en mi camino y he
seguido sus pasos. Escalé la cuesta del Monte Gargano, encontré al
Maestro que me recibió con alegría, que vio cuán grande era mi
angustia, que se inclinó sonriendo sobre mi galimatías de ideas
desviadas, y, con gran sencillez de palabras y con una inmensa
profundidad, fue demoliendo una a una todas las teorías que infectaban
mi espíritu, sin ni siquiera oponer argumentos.
Ha despertado mi alma y me ha
mostrado la eminencia del Señor; he visto la Luz, ella me ha tocado el
corazón, he sabido... Esto debe ser lo que se llama ‘la fe’ .
¿Cómo no darle a usted las gracias? Le debo mucho, porque todo
se lo debo a mi Maestro de San Giovanni.
Le saluda afectuosamente:
Ferruccio Caponetti”





Del Sr. Antonio Monari:
Cuando tomé el tren en Bolonia para
ir a San Giovanni esperaba, naturalmente, ver a un santo, pero no me
imaginaba que me sería dado vivir una experiencia fuera de lo común, y
que volvería a mi casa totalmente transformado. Confié al Padre mis
muchas preocupaciones y dificultades. Me escuchaba con cariño paternal;
la expresión serena y dulce de su rostro me hacía pensar que todas mis
inquietudes les eran familiares. Hasta le hablé de una recomendación
que en vano había pedido desde tiempo atrás para ciertas personas de
alto rango. Entonces, me corrigió y, mirando al cielo, dijo: “Los
hombres nada pueden sin Él. Persevere, y yo rezaré con usted”. No
puedo describir la profunda emoción que me oprimió, hasta el punto que
cuando me levanté estaba vacilante.
A la hora de partir, en el corredor
del convento, tuve la felicidad de abrazarle y de respirar su exquisito
halo de perfume. Al separarnos, me dio un golpe en el lado derecho de la
cabeza. Lo que yo interpreté como un gesto afectuoso, era en realidad
un toque de taumaturgo.
La guerra me había dejado en
herencia la sordera total del oído derecho. Todos lo sabían, y mi
compañero de viaje, Don José Grazia, se había sentado a mi izquierda
en el viaje para facilitar la conversación. Pero he aquí que, para mi
sorpresa y alegría, Grazia se sentó esta vez a mi derecha, y, a pesar
de esto, le escuché perfectamente bien. Luego, en el ómnibus, “ensayé”
especialmente mi oído derecho, pero me guardé muy bien de comentar
nada hasta llegar a mi casa. ¿Pueden imaginarse la excitación de mi
mujer y de mis hijos? No se cansaban de hacer toda clase de preguntas
agradables a mi oído derecho, dejando al izquierdo librado a su suerte.
Ahora no tengo nada que envidiar a nadie en cuanto a fineza de oído.
(Añadido en febrero de 1933):
El
Padre Pío me visitó en sueños, acompañado de vibraciones luminosas.
Trato de escribir, pero, como mi lápiz no marcaba nada, doblo la hoja
de papel y la coloco bajo su escapulario.
¿Qué significado tiene esto? Lo
ignoro. Pero la verdad es que he conseguido la colocación estable a la
que aspiraba desde haca tiempo: a fines de marzo entro al servicio de la
Princesa del Drago como ayudante jardinero.





Estas son las declaraciones de María
Roppa, madre de una niña paralítica:
El 14 de diciembre de 1940, mi hija
Georgia, de cuatro años, tuvo una fiebre altísima; llamé al Dr.
Vanini y éste le encontró las amígdalas inflamadas. Al día siguiente
la fiebre había desaparecido, pero el diagnóstico era de
poliomielitis. Durante treinta y cinco días, en el hospital, se le
sometió a un tratamiento eléctrico; su pierna derecha quedó
paralizada.
Estábamos desesperados, cuando un
amigo de mi marido le habló del Padre Pío y le hizo leer su historia.
Mi marido se precipitó a los pies del santo varón y éste le dijo:
“Nuestro señor ayuda a los malos, y con mayor motivo a los buenos;
usted ha venido de muy lejos, y no hay duda
de que no es malo. Rece y yo rezaré también; ponga su esperanza
en Dios”.
Mi esposo volvió tranquilizado,
lleno de fe. Algunos meses más tarde, nuestra hija caminaba.
P.D.: Georgia tiene ahora catorce años.
Es grande y fuerte y goza de perfecta salud.





Curación del hijo de Bruno Menienca,
de Perusa.
Castel del Piano, 27 de septiembre de
1946.
Es con el mayor gusto que damos
testimonio de la gracia concedida a nuestro hijo Bruno por intercesión
del Padre Pío. El niño, que contaba entonces cuatro años, sufría una
fiebre intestinal benigna. Su hermana Mireya, que lo estaba cuidando,
vio de pronto que algo no andaba bien y pidió auxilio. Mi mujer,
aterrada, vio que el niño estaba rígido, con los ojos fijos, los
labios violáceos, cubierto de un sudor frío, y sin dar ya ni una señal
de vida.
Fue en busca del medico, volvió
junto a su hijo, y tuvo una inspiración divina: confió la criatura al
Padre Pío, poniendo su fotografía sobre la cabeza del enfermo. Al
instante, los miembros de Bruno se distendieron y su respiración se
normalizó.
Toda la familia, llevando también a
Bruno, hizo el viaje a San Giovanni para agradecer al Padre Pío, quien
se contentó con decir: “Yo recé intensamente por ustedes”.
Llena de gratitud para con Dios, que
ha concedido a los hombres semejante intercesor, la familia de Bruno se
siente feliz de contribuir con este testimonio.





El 13 de abril de 1949, la Rev. Madre
Catalina Cuzzaniti, superiora del Colegio de Santa María de Bagheria,
escribe:
“Voy a relatarles un milagro
obtenido para el tío de una de nuestras Hermanas, el Sr. Antonio
Olivieri, de Palermo. Este señor, de sesenta y nueve años sufría una
grave enfermedad cardíaca que le impedía alimentarse lo suficiente,
por lo cual no podía trabajar su campo.
Aunque ateo, deseaba conocer al Padre
Pío, y con ese fin se juntó a un grupo de vecinos que iniciaban una
peregrinación a San Giovanni. Al llegar frente a la Iglesia, se dijo:
¿Cómo voy a presentarme delante de un Padre tan santo sin haberme
confesado? Esto demuestra que la gracia operaba ya en su alma.
Se confesó, pues, con el primer
sacerdote que encontró, y luego asistió a la Misa del Padre Pío.
Por fin, con sus amigos, logró
acercarse al capuchino y contarle sus dolores y preocupaciones.
El Padre colocó entonces una de sus
manos sobre el corazón de Antonio, y otra sobre su cabeza. Desde ese
mismo instante, se sintió mejorado: soporta bien el alimento y puede
volver a trabajar en el campo. Además, es un ejemplo para todo el
pueblo por su fervor, y está lleno de gratitud por el santo religioso
que lo ha curado en cuerpo y alma”.





Este caso lo comunicó el Sr.
Olivieri:
Mientras estaba en la Iglesia de San Giovanni, se oyeron
gritos estridentes: era una pobre joven posesa que quería entrar al
santuario y a la que una fuerza formidable rechazaba hacia afuera.
Algunos fieles, entre ellos Olivieri, compadecidos, informaron al Padre;
éste, sin moverse de donde estaba, trazó una cruz en la dirección de
la joven, y ella se sintió al instante liberada del espíritu impuro.
Empezó a gritar: “¡Estoy curada!, ¡Tengo hambre!, ¡Dadme de
comer!” Nunca mas volvió
a tener síntomas de posesión.





De la Sra. Clementina Cuccoli:
“Mi pequeño Gianfranco, de cuatro
años, padecía una peritonitis desde hacía quince días. Escribí a
Fray Gerardo en San Giovanni. El 23 de diciembre tuve una respuesta
reconfortante: mi corresponsal me hizo saber, de parte del Padre Pío,
que el niño sanaría. Pero, en la noche del 23 al 24, mi hijo empezó a
quejarse de una puntada en el lado izquierdo. La temperatura subía cada
vez más, hasta que llegó la mañana: se había declarado bronconeumonía,
a causa de una meningitis. El niño, apenas consciente, murmuraba:
“Padre, cúreme”.
Volví a escribir a San Giovanni y no
interrumpí mis oraciones. Toqué los labios de la criatura con un
retrato del Padre Pío. Volvió entonces la cabeza, como si percibiera
un sonido del más allá, y juntó las manos. Pensé morir de pena, y
salí del dormitorio para poder llorar a mis anchas.
Mi amiga Ana Soliga me tranquilizó:
era indispensable ―me dijo― que me uniese ardientemente a la
Misa del Gallo que se oficiaba en esos momentos. Hacia las dos de la mañana,
el niño se sentó en la cama y liberó abundantes mucosidades. A las
cinco se desperezó y me pidió de beber, como si nada sucediera. Tomó
un vaso de leche y se durmió. Cuando llegó el médico, se quedó tan
sorprendido como yo al comprobar la desaparición de la fiebre. Todo el
día mi hijo estuvo jugando en la cama.
Su abuela le preguntó porqué había
juntado las manos durante esa santa noche. El niño no titubeó un
segundo: “Vi al niño Jesús vestido de blanco. Tenía una flor a sus
pies; después, los ángeles se lo llevaron”.
El 26, Fiesta de San Esteban, recibí
una carta de fray Gerardo: “Doy gracias a Dios por la curación de
Gianfranco; el Padre Pío
me la había prometido”.
He aquí el certificado del médico
de cabecera: “Certifico que Gianfranco Cuccoli, de cuatro años de
edad, que sufría una congestión pulmonar complicada con meningitis, ha
sanado en cuarenta y ocho horas”.





De Angela Lunardon:
Hace ocho meses, una serie de
abscesos al riñón decidieron al Dr. Bertone a operarme. Pero no bien
hizo la primera incisión, se vio obligado a colocarme una mecha,
dejando la operación para más adelante.
Durante ese tiempo, algunas personas
que se interesaban por mí me habían recomendado muy especialmente al
Padre Pío. El caso es que aquella simple incisión, pese a todos los
pronósticos contrarios, mejoró a tal punto mi salud, que pude retomar
mis trabajos; ningún otro absceso ―que era lo que se temía―
interrumpió el curso de mi convalecencia.
Además, mi entrega total en manos de
la Providencia, que se me presentaba bajo los rasgos del Padre Pío, me
inundó de una santa alegría que contagió a mis compañeros de sala.
Estoy profundamente agradecida a mi
“enfermero espiritual", y también a usted, su biógrafo
entusiasta.





“La esposa del sacristán de la
Catedral, Ida Cuccana,
estaba con temperatura muy alta desde hacía cuarenta días. Tenía
congestión pulmonar, y las radiografías habían llevado a los médicos
a redactar un pésimo diagnóstico.
Le mandé una tableta de chocolate
que el Padre bendijera ―es grande la indulgencia de éste para con
las manifestaciones de fe, por pueriles que sean―. La pobre mujer
había rezado lo mejor que pudo, y su fiebre desapareció no bien comió
el chocolate. Al día siguiente, al hacer su visita, los doctores
cambiaban miradas sorprendidas, como si cada cual esperase de los demás
la explicación que no llegó hasta ellos.





Noceto (Parma)
En octubre de 1947, mi hermana Adela
Faccini advirtió que tenía una dureza en el pecho derecho; se trataba
de un neoplasma quistoso. El Dr. Razzaboni extrajo la excrecencia a
principios de noviembre. Al cabo de unas semanas, un neoplasma similar
aparecía del lado izquierdo. No era un caso de urgencia, y se fijó la
operación para fines de enero. En el intervalo, mi madre empezó una
novena, con el Padre Pío como intercesor ante el altísimo.
Sin duda estaba bien inspirada, pues
cuando mi hermana fue llevada al hospital el quiste había desaparecido
sin dejar rastro. “Aquí ya no hay absolutamente nada”, declaró el
profesor Razzaboni, “vuelvan
tranquilas a su casa”.





Carta de Violante Gaetano, de Vía
Giosa, Bari, fechada el 8 de enero de 1950.
“Considero un deber comunicar una
curación alcanzada por intermedio del Padre Pío; se trata de mi nieta
Ana María Lacitignola, atacada el 8 de enero de 1947 de parálisis
infantil, y de la que pueden servir de testigos los médicos y
profesores que la asistieron.
En ese caso todos los tratamientos
resultaron ineficaces: transfusiones de sangre, inyecciones, masajes,
rayos, etc.
Los miembros de la niña estaban
inertes por completo; solo podía levantar un poco la cabeza, como si la
poca fuerza que le quedaba se hubiese concentrado en su cuello. Los
padres estaban desesperados, después de haber gastado una pequeña
fortuna sin resultado alguno.
Yo quería con especial ternura a mi
nieta. Sin decir nada a nadie, decidí ir en peregrinación a San
Giovanni Rotondo, pero sin advertirle nada al Padre; no quería
molestarle, a pesar de su reputación de autentica santidad y su compasión
por todos los dolores.
A la mañana siguiente asistí a su
misa. Tomé luego mi número para confesarme. Cuál no sería mi estupor
cuando, apenas arrodillada y antes de haber abierto la boca, escuché
estas palabras:
―¡Vaya, vaya tranquila!: va a
encontrar a la criatura con más fuerzas. Ore con constancia: el Señor
manifestará su poder”.
A mi vuelta, y reconstruyendo los
hechos, pude establecer que a la hora exacta en que me hincaba ante el
Padre, la niña se había sentado espontáneamente en la cama, cosa que
de tres meses atrás no podía hacer. Sus progresos fueron muy rápidos,
y Ana María, que ahora tiene cinco años, es una chica espléndida y
robusta, muy alegre y muy piadosa; no olvida lo que le debe al Padre Pío”.





Mrs. F. Flaman, 6006, 8va. Avenida,
Brooklyn, Nueva York, hace llegar a Del Fante una carta de su cuñado,
el señor Pedro Mazzone, de San Felipe a Concello (Nápoles); esta
carta, fechada el 12 de abril de 1950, se refiere a hechos muy antiguos.
“En abril de 1920, mi hija
Nicoletta presentó síntomas de bronquitis, que degeneraron en pulmonía,
meningitis y delirium. El cerebro estaba lesionado y quedó paralizada
la lengua. Fue atendida por los profesores Tardio Antonio,
Francescatonia y Lauricella. En ese punto de la enfermedad, nuestra hija
ya no nos reconocía, y hacía seis meses que se mantenía en tan
terrible estado. Los médicos, agotados sus recursos, se declararon
vencidos. Añadieron que en el mejor de los casos quedaría ciega, sorda
y muda. Pero Dios no había dicho aun su ultima palabra.
Tuve una entrevista con el famoso
fraile de Pietrelchina; aunque mi actitud no estuviera exenta de un
cierto escepticismo, supe expresarle mi desesperación. El Padre Pío
sonrió y me dio su veredicto:
―Vuelva a su casa y esté
tranquilo. Nuestra Señora de las Gracias se encargará de todo.
Al parecer, el Padre Pío no había
captado la gravedad del caso; volví a la carga y le enumeré las
dolencias a que estaba condenada en el caso problemático de sobrevivir.
La había dejado casi en la agonía, ni siquiera sabía si la iba a
encontrar con vida a mi vuelta.
Me contestó con tono airado:
―¡Hombre de poca fe!, vuelva a
su casa y esté tranquilo, pues nuestra Señora de las Gracias se
encargará de todo”.
Emprendí la vuelta. En casa fui
recibido por mi mujer y mi madre, locas de alegría: Nicoletta les había
hablado con toda claridad, pidiendo de comer. Día a día fue mejorando
con extraordinaria rapidez. “¡Sorprendente!” ―declararon los
médicos―: “¡Esta niña ha vuelto de muy lejos!”
―
II ―
Materiales
extraídos de:
http://www.padrepio.catholicwebservices.com/ESPANOL/ESPANOL
_index.htm
Testimonio de una madre: “Mi
primera hija, nació en 1953; el Padre Pío, le
salvó la vida en forma repentina y milagrosa, hacen 18 meses. En la mañana
del 6 de enero de 1955 mi marido y yo estábamos en la iglesia para
asistir a la Santa Misa y nuestra hija estaba en casa con su
abuelo. Repentinamente aconteció un accidente, y nuestra
hija se quemó con una olla de agua caliente. La quemadura era tan
grande como grave; le abarcaba desde el estómago hasta la parte de atrás.
El doctor recomendó hospitalizarla inmediatamente; porque podía
morirse debido a su estado de suma gravedad... Por esta razón él no
nos dio ninguna medicina. Desesperada al ver moribunda a mi hija,
en lo que el doctor se fue; invoqué fuertemente al Padre Pío, que
interviniera urgentemente, mientras me preparaba para
llevarla al hospital, ya casi era la hora del medio día; cuando de
pronto la niña que estaba sola en su cuarto me llamó “Mamá, mamá,
ya no tengo ninguna herida”. ¿Y quién ha desaparecido tus heridas,
pregunté asustada y con gran curiosidad? Ella contestó.
“mamá el Padre Pío vino, él sanó mis heridas poniendo sus manos
llagadas sobre mi quemadura”. Para asombro de todos, realmente no había
ninguna seña ni marca de que hubiera alguna quemada; el cuerpo de mi
hija estaba completamente sano, y pensar que unos minutos antes el médico
la desahució.





Otro testimonio, de un señor que
contó: “Mi madre vino de Foggia y era una de las primeras hijas
espirituales del Padre Pío. Ella le había pedido al Padre Pío la
conversión y protección de mi padre";
cuando en abril de 1945 lo iban a fusilar. Él se encontraba delante del
pelotón de fusilamiento; cuando de pronto vio al padre Pío delante de
él para protegerlo. El comandante del pelotón dio la
orden de disparar; pero ningún tiro se disparó de los rifles que lo
apuntaban Los siete miembros del pelotón y su comandante, sorprendidos,
verificaron sus rifles y no encontraron ningún problema. Así que el
pelotón; apuntó de nuevo a mi padre, y el comandante pidió
a sus soldados; disparar de nuevo, Y nuevamente ocurre lo mismo. Los
rifles no funcionaron. Esta realidad misteriosa e inexplicable
interrumpió la ejecución. Mi padre regresó a casa y se
convirtió, recibió los santos sacramentos en San Giovanni
Rotondo cuando fue a agradecer al Padre Pío. De esta manera mi madre
obtuvo los milagros que ella siempre había pedido al Padre Pío: ¡la
conversión de su marido!





En mayo de 1925. María
tenía su bebé enfermo de nacimiento. María estaba muy angustiada por
su bebé. De hecho, después de una visita médica, le dijeron que su niño
tenía una enfermedad muy complicada. No había esperanzas para él: jamás se
podría recuperar. María decidió ir en tren a San Giovanni
Rotondo. Ella vivía en un pueblo pequeño al sur de Puglia, pero
escuchando los milagros del Padre Pío, del fraile que tenía los
estigmas de Jesús y que hacía milagros, a los enfermos y
daba esperanza a los desgraciados; surgió en ella una gran
fe e inmediatamente se fue de viaje, pero durante el trayecto el
bebé se murió. Ella había vigilado su cuerpecito toda la noche, y lo
puso en la maleta y la cerró... Al día siguiente
de ver morir a su hijo, estaba en el convento de San Giovanni Rotondo. ¡Ya
no había ninguna esperanza! El niño estaba muerto. Pero María
no había perdido su fe. Por la tarde estaba delante del
Padre Pío. Se encontraba en la fila de la confesión y tenía
en sus manos la maleta que contenía el cadáver de su hijo. Se había
muerto veinticuatro horas antes. Se arrodilló delante del Padre Pío
y lloró desesperadamente suplicándole ayuda. Él la miró
profundamente. La madre abrió la maleta, y le mostró el cadáver de su
hijo al Padre Pío. El pobre Padre se condolió hasta las
entrañas por el dolor de ésta madre. Tomó el pequeño cuerpo y puso
sus manos estigmatizadas en su cabeza, y entonces oró
mirando al cielo. Después de un rato, la pobre criatura estaba
viva de nuevo. Un gesto, un movimiento de los pies, los brazos... parecía
dormido y simplemente se despertó después de un sueño largo. Hablando
a la madre le dijo: "¿Mima, por qué usted está llorando? Su hijo
está durmiendo " La madre y los gritos de la muchedumbre
llenaron la iglesia. ¡Todos hablaban sobre el gran milagro!





Testimonio de una buena mujer pero
algo tímida. Nunca era necesario repetir la misma frase al Padre Pío.
Bastaba con pedírselo mentalmente. El esposo de esta buena mujer se
encontraba muy enfermo. Ella corre al convento en busca de ayuda. Pero
no sabía como localizar al Padre Pío, pues para una confesión, había
que esperar hasta 3 días. Así durante la Santa Misa ella
estuvo todo el tiempo de pie y caminaba de un lado al otro de la
Iglesia. Finalmente decidió decirle su
problema, y pidió en ese instante la ayuda del Padre Pío a
Nuestra Señora. Así, al final de la Santa Misa, cruzó nuevamente la
iglesia para hablar con él... Finalmente ella logró alcanzar
el corredor por donde el pasaría. En cuanto el padre Pío la miró, le
dijo: "mujer que poca fe, ¿cuándo usted pedirá mi ayuda
finalmente? ¿Usted piensa que yo soy sordo? Usted ya me lo ha dicho
cinco veces, cuando usted estaba delante de mí, detrás de mí, a mi
derecha y a mi izquierda. ¡Yo entendí! ¡Yo entendí! ¡Vaya a su
casa! Todo està bien. Cuando llegò a su casa; su esposo estaba
completamente sanado.





En la crónica del convento, en la
fecha del 23 de octubre de 1953, se puede leer esta anotación.
"Esta mañana la Señorita
Amelia Z., ciega nata, de 27 años, ha venido desde la provincia de
Vicenza y ha recibido la vista. Después de su confesión ella le ha
preguntado al Padre Pío por su vista. El Padre le ha contestado:
"Ten fe y ruega mucho". En el mismo instante la joven chica
vio al Padre Pío: el rostro, la mano que bendijo, los medios guantes
que escondieron los estigmas. La vista ha ido rápidamente
aumentando, hasta que la joven ya vio bien de cerca. Le dijeron al Padre
Pío acerca del milagro y él dijo: "Demos gracias a Dios."
Luego la joven los preguntó al padre
Pío si tendría la vista completa y contestó: “poco a poco vendrá
todo."





Hola amigos mi nombre es Verónica,
soy de Uruguay, América del Sur, en enero de 1999 fuí operada de
apendicitis. Cuando me dieron todos los resultados de los exámenes
me dijeron que mi apendicitis, había sido una bendición, pues en el apéndice
había un tumor maligno, y si no hubiera tenido el ataque de apendicitis
nunca me hubiera enterado y eso hoy sería un cáncer.
Sé que fue un milagro y desde ese
preciso momento soy devota del PADRE PÍO, me ha ayudado mucho a mi
familia y a mi, y se que nunca nos abandonará.
Padezco además desde los 4 años de diabetes, hoy tengo 36 años y
Padre Pío me protege, y estoy sana. Bajo su protección pongo a
toda la humanidad.
Verónica (Uruguay), Enero 2008





Soy mexicana, Leticia, médico de
profesión. Como la mayoría de los médicos un tanto escéptica en los
temas de milagros.
En el mes de julio iniciamos mi familia y yo (mis padres, mi hermano con
retraso psicomotor y mi hija)realizamos un viaje de vacaciones por
Europa para celebrar los 50 años de casados de mis padres.
Después de 16 días de viaje, visitando Fátima, Lourdes, París, etc.
Llegamos a Florencia y precisamente
ahí se puso gravísimo mi padre.
Fue intervenido de Urgencia en tres ocasiones por una trombosis mesentérica,
presento datos de septicemia, edema agudo pulmonar, insuficiencia
respiratoria, datos de daño renal y síndrome compartamental abdominal
en el Nuevo hospédale San Giovanni di Dio de Scandicci Italiua.
Estuvo 15 días en terapia intensiva, intubado, con sondas y venoclisis
por todos lados, con la herida abierta, etc. Al grado que los médicos
nos dijeron que las posibilidades de sobrevivir eran menores del 5%.
Estuvimos un mes en Florencia y
durante la estancia en el Hospital, en 4 ocasiones, en los momentos más
difíciles de mi familia pues era cuando nos dijeron que lo iban a
operar, que pasaba a Terapia, que estaba muy mal y cuando se empezó a
recuperar, se presento con nosotros un viejecito, vestido de médico,
siempre dándonos esperanza, mucha confianza con unos ojos llenos de
dulzura y compasión. Diciéndonos que todo iba a estar bien, que tuviéramos
mucha fe, pues Dios estaba con mi padre. La última vez que lo vimos,
salió de Terapia Intensiva para decirnos que todo iba muy bien y que mi
padre estaba recuperándose, que ya no llorará mi mamá pues toda su
familia iba a regresar sana y salva a su país, que era la última vez
que lo veíamos, pero que todo iba a estar bien.
Una semana antes de que fuera dado de
alta mi papá, quisimos darle las gracias al médico que nos dio aliento
y esperanza en un momento tan difícil y sobre todo, que estábamos
solas, lejos de nuestro país y cuál fue nuestra sorpresa que dicho médico
no trabajaba en el hospital, al darle las características a uno de los
enfermeros, se mostró sorprendido y nos enseño una imagen del Padre
Pio de Pietrelcina y cual fue nuestro asombro pues era el mismo que nos
había dado esperanza y apoyo en los momentos más difíciles.
Los médicos, se asombraron de la
fuerza de voluntad y confianza de todos nosotros en decir que mi padre
iba a estar bien, pero sobre todo, de la recuperación milagrosa de mi
Padre.
Es importante mencionar que ninguno
de mi familia conocía o había escuchado hablar del Padre Pío........
ya no soy tan escéptica......... estoy segura que el Padre Pío estuvo
con nosotros, llevándonos Esperanza y el amor de nuestro señor
Jesuscristo.
Gracias a nuestra Fe, amor y unión
familiar El señor estuvo con nosotros a través de la presencia del
Padre Pío.
Gracias a eso, mi Padre pudo regresar
con nosotros vivo y sano a México y gracias a eso, conocimos el Amor
del Padre y aprendí que los caminos del señor son inescrutables.
Leticia, 2007





Mi nombre es Patricia, hace unos
meses estando en Italia llego a mis manos un folleto de un viaje en
peregrinación al Padre Pio y a pesar de ser católica no sabía de él,
a mi regreso a España y unos meses después me puse a buscar en
internet sobre Santa Rita, no sé cómo en esa búsqueda me encontré
leyendo los milagros del Padre Pio y así también su historia, el caso
es que se lo comento a mi esposo, quien desde hace algunos años a causa
de un accidente de coche perdió un ojo, y su otro ojo bueno hace tiempo
le está dando problemas en especial picores y él se frota y esto le
produce paspaduras y muchas molestias en su ojo bueno, hoy me dijo y les
pondré textuales palabras de él: Le envié a mi ángel al Padre Pio
para que mejorara mi ojo y le dije que volviera pronto que no se quedara
porque lo necesitaba, y al rato noto que su ojo estaba normal como hace
años no lo estaba. Esta noche vuelvo a esta página del Padre Pio a
ofrecer este testimonio, que quizás algunos juzguen de pequeño pero
para nosotros es algo muy importante. Gracias Padre Pio por calmar la
dolencia de mi esposo.
2006, Patricia (España)