Charismata
Una
terapia infalible
En 1927,
un sacerdote trinitario llamado Padre Pío ―en honor del Santo, que le
había ayudado a descubrir su vocación religiosa― escribió en una carta
que atribuía la fecundidad de su ministerio a la intercesión del Padre
Pío.
En la
carta decía: «Cuando estoy junto a la cama de un moribundo, de una
persona que necesita ser convertida, o de un enfermo que necesita ser
salvado, voy en espíritu a la pequeña iglesia blanca en la ladera de la
montaña, me arrodillo a los pies del humilde fraile capuchino, y él es
quien convierte al pecador moribundo, es él quien cura al enfermo».
Una
visión poco recomendable
El Padre
Alberto D'Apolito era un estudiante en la universidad seráfica en l92l,
y solía contar cómo el Padre Pío prometía a los estudiantes que ya no
oirían ruidos infernales durante la noche.
Uno de
los estudiantes le dijo: «Padre Pío, no tengo miedo del diablo:
mándemelo a mí y luchare con él». El Padre Pío contestó: «¡No sabes lo
que estás diciendo! Si vieras al Diablo te morirías del susto».
La
gloria de Dios
El padre
Antonio Durante de Monterosso, un fraile capuchino, tuvo la oportunidad
de observar cómo el Padre Pío leía sus pensamientos en una ocasión.
Un día,
mientras caminaba con el Santo frente al convento, se dio cuenta de que
el Padre era objeto de mucho afecto y devoción del pueblo. Al ver esto,
Durante se dijo a sí mismo: «¿Cómo puede éste hombre resistirse a la
tentación de la vanidad y de sentirse satisfecho de sí mismo?».
Acababa
de terminar de decirse esto, cuando el Santo se volvió hacia él, sonrió
y suavemente le dijo: «¡Mira cuánta gloria se le está dando a Dios!».
Un gato con muchas
vidas
Estaban
jugando a la petanca en el monasterio. El Padre Pío tenía su forma
característica de jugar a causa de los estigmas, pero era el jugador más
valorado. A veces, como una travesura infantil, hacía trampas con el
pie.
En cierta
ocasión, su primer hijo espiritual, Emanuele Brunatto, vio cómo se
acercaba un gato a toda velocidad en la trayectoria de la bola que el
Padre Pío acababa de lanzar. En el mismo instante en el que el animal
iba a ser golpeado, la bola se detuvo en el aire, y
luego cayó a su lado.
La
conversión de un país
Un
antiguo pastor anglicano, convertido en sacerdote católico, citaba el
caso de uno de sus compañeros protestantes, un hombre muy piadoso, que
en ocasiones había conseguido curaciones que se consideraban milagrosas.
―¿Por qué
no? ―replicó el Padre Pío―. Dios alivia, con milagro o sin él, las
miserias de aquellos de sus hijos, católicos o no, que le imploran con
fe… Lo que es privilegio exclusivo de la Iglesia católica es
el milagro que prueba y da testimonio de una verdad de fe.
Y, tras
haber dicho que entre los protestantes ingleses se encontraban «al menos
tantas almas delicadas y puras como entre nosotros», el Padre Pío
concluyó:
―Además, Inglaterra se convertirá: no en masa, sino individualmente.
Un
copiloto sin viaje
El padre
Eusebio Notte desempeñó durante cinco años el cargo de asistente
personal del Padre Pío. Tenía una personalidad atractiva y un gran
sentido del humor, que utilizaba para animar al Santo y provocarle una
sonrisa cuando estaba enfermo o agobiado. Siempre parecía tener las
palabras exactas que decirle, lo cual maravillaba a los otros capuchinos
del convento.
Por las
noches, cuando el padre Eusebio ayudaba al Padre Pío a acostarse, a
veces bromeaba con él, diciéndole: «Buen viaje». Con estas palabras,
hacía chanza sobre las frecuentes bilocaciones que el Padre Pío
realizaba durante la noche.
En
cierta ocasión, mientras el padre Eusebio deseaba las buenas noches al
Santo, le dijo: «Me gustaría que me llevaras contigo esta noche. Déjame
fijar mi cinturón al tuyo, y así volaremos juntos».
El Padre
Pío, siguiendo la broma a su asistente, replicó: «Pero, ¿y si el
cinturón se afloja cuando estamos en el aire?» Ante aquella advertencia,
el padre Eusebio dijo: «Bueno, tal vez sea mejor que me quede en el
monasterio esta noche».
Un
salto al hiperespacio
En
cierta ocasión, el padre Carmelo, que era el superior en aquel entonces
de San Giovanni Rotondo, estaba hablando en el comedor del monasterio
con algunos frailes acerca de las maravillas de los viajes aéreos.
«¿Sabéis que un vuelo sin escalas de Roma a Nueva York se hace en menos
de 12 horas?», explicaba el Superior. Aquello maravilló a todos los
capuchinos presentes... menos a uno, ya que el Padre Pío no estaba
impresionado en absoluto. «¡Eso es mucho tiempo!», remarcó el Santo. «Yo
tardo un segundo cuando viajo», añadió.
Sin
permiso de Dios
En 1931,
el padre Agostino presidió la ceremonia de una profesión religiosa en el
convento carmelita de Florencia. Una de las monjas del convento le dijo
al padre Agostino que el Padre Pío se le había aparecido en bilocación.
Un día,
el padre Agostino, que era muy cercano al Padre Pío, decidió preguntarle
al respecto: «¿Haces a veces algunos viajes a Florencia?». «Sí, a veces
los hago», respondió.
Aquella
monja carmelita de Florencia también le había dicho al padre Agostino
que rogara al Padre Pío que hiciera una visita a otra de las hermanas
del convento, llamada sor Beniamina.
«No, no
pudo visitarla», contestó el Padre Pío. «No tengo permiso de Dios».
Cuando
el padre Agostino preguntó al Padre Pío si le había dicho eso a la
monja, el Santo asintió.
Un
breviario muy bien custodiado
Rosina
Pannullo era familiar del párroco de Pietrelcina, Padre Salvatore
Pannullo. Rosina había oído que el Padre Pío poseía notables poderes de
intuición, y quiso comprobar por sí misma si era cierto.
Un día,
le dijo al Santo que iba a ir a su habitación para coger uno de sus
objetos personales. Ante aquella advertencia, el Padre Pío respondió de
inmediato: «Nunca serás capaz de coger cualquier cosa que me pertenezca.
Un ángel de la guarda está permanentemente en la puerta de mi celda, y
no te dejará entrar».
Más
tarde, comentando la intención de Rosina con el Padre Pannullo, le dijo
que «Rosina no me dijo lo que pensaba tomar de mi habitación, pero sé
que iba a intentar llevarse mi breviario».
Cuando
el Padre Pannullo interrogó a Rosina al respecto, admitió que era
verdad. Después de hablar con el Padre Pío, decidió no llevar a cabo su
plan.
Golpe
a golpe
Un
devoto contaba la siguiente historia:
«¿Y qué
decir de los golpes sobre la cabeza? Esa vez, antes partir de San
Giovanni Rotondo, deseé una señal particular de predilección. Su
bendición no fue suficiente, ya que deseaba dos paternales caricias
sobre la cabeza. Tengo que subrayar que él nunca me hizo carecer de lo
que yo, como un niño, quise recibir de él.
Una
mañana había muchas personas en la Sacristía de la iglesia pequeña, por
lo cual el Padre Vincenzo exhortó en voz alta, con su usual severidad,
diciendo: “¡No empujen... no aprieten las manos del Padre... váyanse
para atrás!” Yo me desalenté y pensé: “Partiré, y esta vez no tendré los
golpes sobre la cabeza”.
No quise
presentarme en la sacristía, y rogué a mi Ángel de la guarda que fuera
mi mensajero y le dijera al Padre Pío estas palabras: “Padre, yo parto,
deseo la bendición y los dos golpes sobre la cabeza, como siempre. Uno
por mí y otro por mi mujer”.
De
repente, el Padre Pío empezó a caminar. Sentí una gran ansiedad. Le miré
tristemente. Y he aquí que se me acercó, me sonrió y, una vez más, me
dio dos palmaditas sobre la cabeza, haciéndome también el honor de
extenderme su mano, la cual pude besar».
Con
este signo vencerás
Un
renombrado aristócrata ruso, convertido por el Padre Pío, intentó varias
veces ser recibido en alguna congregación religiosa, pero no lo logró
por causa de su edad. Desde San Giovanni, el Padre Pío lo animaba a que
perseverase, e incidentalmente le advirtió que la orden en la que
entraría le iba a ser revelada por una aparición.
Un día
que asistía a la bendición en una iglesia romana, en el momento mismo en
que el sacerdote elevaba la custodia, vio de pronto, en el centro de la
Hostia y dentro de una gran luz, un emblema que él no conocía.
Después
de largas búsquedas, descubrió que ese emblema era el de los
Trinitarios, y éstos le aceptaron en su orden, como el Padre Pío se lo
había pronosticado.
Un
perfecto americano
El
hermano Bill Martin ayudó al Padre Pío en el convento durante algunos
años. En cierta ocasión, manifestó que un día oyó al Padre Pío decirle
con un perfecto acento americano: «Oye, ¿te importaría cerrar esa
ventana?».
Una
Madre en el altar
En una
ocasión se le preguntó si la Santísima Virgen María estaba presente
durante la Santa Misa, a lo cual él respondió: «Sí, ella se pone a un
lado, pero yo la puedo ver, qué alegría. Ella está siempre presente.
¿Cómo podría ser que la Madre de Jesús, presente en el Calvario al pie
de la cruz, que ofreció a su Hijo como víctima por la salvación de
nuestras almas, no esté presente en el calvario místico del altar?».
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